jueves, 24 de mayo de 2007

Yo no tengo.
El sol brilla y el viento sopla despacio, inicio de primavera ajena al alma que continúa su camino absorta y sola, siempre sola.
Ruidos que llenan los espacios; imágenes que intentan ahuecar las horas; dinero desperdiciado en la búsqueda de calma; comida ingerida para atacar el pesar; corazón que bombea una y otra vez, sin saber adónde va.
La gente murmura, pregunta, se ríe y sigue su camino. Busca, encuentra, se maravilla, se felicita a sí misma y sigue su senda, su verbo y su destino.
¿Y quién no tiene destino?

jueves, 3 de mayo de 2007

¿Vale?
Pues a ello.
Siempre buscar, siempre llamar, siempre cuidar, siempre preocuparse por los demás...
¿Quién busca, llama, cuida y se preocupa de mi vida?
Egoísmo: vivir para nosotros mismos.
Esa es la calve.
Pues vale.
¿Es amor o es sometimiento?
Me miro a espejo y veo a un hombre viejo y derrotado.
Sin esperanzas. Sin sueños.
Rodeado por trozos de nada. Rodeado por manos y bocas plañideras que exigen sin parar como niños hambrientos, como animales que alimentar.
Y yo soy la carne de la que se aprovechan.
Todo es droga: la música, la pornografía, el dolor o la risa ajena; hacernos los suecos; soñar en el vacío; una mano pidiendo ayuda; una boca exigiendo atención; un bebé que nace o una vieja que muere sola.
Sí: me odio a mí mismo.
Nadie me quiere.
Nadie.
Ni yo.
Siento deseos de arrancarme la piel a tiras. De hundirme en una piscina de agua caliente, de aceite al rojo, de hierro fundido. Sentir el calor que carcome lentamente destruyendo piel, músculos, tendones y huesos hasta alcanzar la coraza de mi alma. Destruir poco a poco con el mayor de los dolores esa cubierta repleta de hollín, de orín y desgracias.
Apartar mi vista de lo que ya me aburre; olvidarme de los lazos adquiridos sin sentido, de las deudas que se acumulan, y de la eterna sensación de ir a la deriva...
Sí: me detesto a mí mismo.
Rabia, frustración que emerge como lava desde el centro de mi ser hasta mi boca y se escupe manchando todo a su paso, marcando con candente violencia mi propia vida. Llego a odiarme a mí mismo, a las circunstancias que me rodean... Quiero irme, deshacerme de este yo inútil, ciego y sordo a las señales de su proio interior, que lo impelen a cambiar para siempre, a olvidar lo que no importa: amores que no tienen sentido, profesión cada vez más empeñada; deudas de compromisos adquiridos, futuro incierto que se aventura a teñirse cada vez más con los colores del presente.