miércoles, 15 de abril de 2009

Despertar tras un largo período de insomnio, de inerte ingravidez.
Los pasos se hacen grávidos; el corazón se detiene y la razón se erige en juez y parte, en demandante y sufriente; en castigador y pena.
El amor muere el día que nos damos cuenta de su fragilidad, de su tontería o su inutilidad.
El día que ni parches, ni muletas, ni brujerías pueden contener un dolor hiriente; una herida despegada; un alma rota; el amor se apaga de repente, como si nunca hubiera existido; o, aún peor, rodeado de las quemaduras del dolor.

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