jueves, 9 de noviembre de 2006

¡Oh! ese enorme valle que llamamos Vacío...
Intentamos llenarlo con hechos, con acciones más o menos desesperadas, con pensamientos peregrinos e inútiles. Consumimos tiempo sin rumbo fijo; gastamos energía sin brújula, sin guía.
El Amor es el faro que realmente nos ilumina, es el foro para nuestros pensamientos, es el teatro para nuestras acciones. Bajo su influjo nada es fútil, nada es mensurable ni tampoco importuno.
El Amor es lo contrario al Vacío; es una llanura, es un océano. Nos sentimos dueños del mundo, capaces de todo y carentes de nada.
Sin amor hay frío, y acciones inútiles, y pensamientos vacuos. Giramos sobre nosotros mismos, intentanto inhalar su esencia, inventando mil y una formas de recrearlo, de rebajarlo e ironizarlo. Nos llenamos de Vacío hueco, de inmensas tonterías.
Y de tristeza.
Nos hundimos en un valle oscuro, sin límite fijo, casi sin fin.
Y hacemos cosas avergonzantes, cosas sin sentido... Pero cosas que, a la postre, nos hacen crecer, nos hacen más vulnerables, y que nos abren de nuevo al Amor.
La Vida es un ciclo sin comienzo ni final. Es Dios.
Si no tengo Amor, no soy nada.
Tengo que recordármelo constantemente. A veces para justificarme. Otras, para seguir adelante. Muchas veces para darme cuenta de que es verdad.
Entro y salgo del Vacío, como inhalo y exhalo aire de mis pulmones, en un movimiento ligero, con un vaiven de deseos opuestos, danza continua que me lleva, en mis mejores momentos, al Amor.
Todos los errores se perdonan; la energía estalla reciclada en nuevas formas; el tiempo se enriquece con las experiencias, y todo vuelve a brillar.
Siempre está el Amor. Hasta en ese enorme valle que llamamos Vacío. Hasta en ese erial que es la Soledad.
Siempre tengo Amor. Siempre.

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