lunes, 27 de noviembre de 2006

Siento un enorme deseo de cambiar mi vida desde el fondo, removiendo las aguas quietas de lo que no me gusta, esas corrientes que, a la postre, son las que nos mantienen con vida.
Es una energía que me impulsa, casi más fuerte que mi propia inercia. Estoy cansado de verme a diario; de dejar para después, con las más peregrinas de las disculpas, la correción de mis faltas; rodeado por doquier de los restos desagradables de mis errores.
Ahora no sólo debo enfrentarme a las consecuencias de mis actos y abandonos pasados, si no que también tengo que evolucionar hacia adelante, aprehender las lecciones recibidas y cambiar.
Pero me faltas tú, o una compañía que me sirva de tú, para sentir de nuevo la fuerza arrolladora necesaria para enfrentar esta situación... Si estuvieras a mi lado todo se haría más fácil y rápido, con coherencia y sin baches... Pero no estás, nunca lo has estado realmente, y la ensoñación que rompe a mis pies ya no tiene la fuerza de antaño para catalizar mis deseos.
Por eso este cambio de piel se me ha hecho tan cuesta arriba, y he llegado a perder mucho más que mi alegría... Ahora debo enfrentarme a lo que me rodea, pues este impulso tira demasiado de mí como para seguir ahogándolo con ficciones vanas: libros, películas, música, internet..., ese conjunto de ruidos con los que he consentido drogarme por tanto tiempo. Temo no saber cómo caminar, como liberarme de la prisión que me he construido a mí mismo...
Pero no tengo más escapatoria que salir hacia adelante con los planos que dibujen mis manos; acompañado sólo por la certeza de hacer lo correcto, de estar junto a Dios. Debo imponerme un ritmo, sea el que sea, me guste o no, e ir con la mente y el corazón hacia adelante, a la limpieza del alma.
Haberme quedado solo me ha manchado, y me he dejado mecer por la laxitud del abandono... Está bien. Lo asumo. Ahí queda. Pero ya no más. Ya no quiero ser esto más.
No sé cómo tengo que hacerlo, qué línea seguir, hacia dónde ir. Carezco de incentivos externos, de brazos que me abracen ni de cuerpos que me amen. Nadie me ha dicho jamás aquello que tanto he deseado oír (creo percibir que el sueño del amor compartido no es para mí..., y es tanta mi melancolía, que semejante aseveración no me aporta más lastre del que ya tengo.) Pero necesito hacerlo. Tengo que hacerlo. Debo hacerlo...
Enfrentarme a mis miedos, tantos y tan variados; a mi innata incapacidad de acción, y rebuscar en mi interior aquello que más me cuesta: perdonarme a mí mismo. Y proseguir sin guión, sin meta, casi sin esperanzas.
Afuera llueve; llueve adentro también, continúa lloviendo también, en mi corazón. Pero he tocado fondo, basta ya... No miremos más hacia los lados; juntemos las piezas rotas del mundo que nos rodea, suspiremos, y vayamos allá.

No hay comentarios: